Su manifiesto ha logrado sembrar el caos en Francia y parte del extranjero. La escritora y crítica de arte Catherine Millet (Bois-Colombes, 1948), autora del superventas La vida sexual de Catherine M., es una de las cinco impulsoras de la tribuna opuesta al movimiento #MeToo, firmada por 100 personalidades de la cultura francesa, encabezadas por la actriz Catherine Deneuve, la cantante Ingrid Caven o la editora Joëlle Losfeld. Millet denuncia que este movimiento, al que tilda de “puritano”, favorece un regreso de la “moral victoriana”. Ella defiende “la libertad de importunar”, incluso en el sentido físico, que considera indispensable para salvaguardar la herencia de la revolución sexual. Así lo relata en su despacho parisino, un cuarto lleno de catálogos amontonados en el que no deja de sonar el teléfono, desde el que dirige la revista Art Press, que cofundó en 1972.

Pregunta. ¿Esperaba las violentas reacciones que ha suscitado su texto?

Respuesta. En absoluto. Solo quisimos reaccionar ante la palabra de las feministas radicales, que era la única que leíamos en la prensa. Nos resultaba molesto, porque no era un punto de vista que compartiéramos y porque, a nuestro alrededor, conocíamos a muchas mujeres que opinaban lo mismo. A mi entender, no te quedas traumatizada durante años porque un hombre te haya tocado un muslo… Se trataba de contar que todas las mujeres no reaccionamos igual ante gestos que podemos considerar groseros o fuera de lugar.

P. Se les ha reprochado su falta de solidaridad con las demás mujeres…

R. A un hombre no se le pide que comparta las opiniones del resto de varones del planeta. Eso es imposible. No estamos diciendo que nos parece bien que violen a las mujeres, sino que señalamos los derrapes que ha tenido ese movimiento. Por ejemplo, poner en tela de juicio a ciertos hombres por hechos bastante mínimos, que han tenido consecuencias graves en sus carreras. Se ha constituido un tribunal público en el que ni siquiera se les ha dejado defenderse. De repente, tuvimos la sensación de que todos los hombres eran cerdos. Hay que meterse en la piel de quienes han padecido violencia sexual, pero también pensar en los hombres que han sido víctimas de acusaciones muy rápidas y con consecuencias graves en sus vidas profesionales.

«Si me violaran, intentaría olvidarlo»

P. Subrayando las disfunciones del movimiento y no sus aciertos, ¿no se arriesgan a hundir esa toma de conciencia sobre la violencia sexual y los abusos de poder, que su propio manifiesto considera “necesaria”?

R. ¿No dicen las feministas que se ha liberado la palabra? Pues, si es así, nuestra palabra vale lo mismo que la suya. La censura que ha podido provocar este caso me parece ridícula. Me parece muy grave que se borre a un actor de una película [Kevin Spacey, sustituido por otro actor en Todo el dinero del mundo tras ser acusado de agresiones sexuales]. Son métodos que me recuerdan a los del estalinismo…

P. Su tribuna habla de “una ola purificadora” que terminará instalando “una sociedad totalitaria”. ¿No es un poco excesivo?

R. Precisamente, me cita una frase que escribí yo. En todo texto polémico hay una parte de exageración, pero lo asumo totalmente. Veo aparecer un clima de inquisición, en el que cada uno vigila a su vecino, como sucedía en los regímenes soviéticos, y luego lo denuncia en las redes sociales. Todos los rincones de la sociedad están bajo vigilancia, incluida nuestra esfera íntima…

«La codificación de nuestras relaciones es imposible, a no ser que nos convirtamos en robots»

P. ¿No son esas acusaciones el resultado de una justicia imperfecta, a causa de las prescripciones y de la falta de pruebas?

R. De acuerdo, pero no es el mejor método. Si cada ciudadano se toma la justicia por la mano, regresaremos a los tiempos del Lejano Oeste. La justicia tiene defectos y es innegable que se le escapan cosas, pero vivimos en una sociedad que acepta que es ella la encargada de juzgar y no un tribunal popular. En eso soy radical.

P. Se la ha acusado de antifeminista. ¿Lo es?

R. Si hablamos de ese feminismo en concreto, sí que me posiciono en contra. Pero hoy existen varias corrientes feministas… Yo me siento más cercana a las feministas que integran el sexo en su discurso, que suelen ser más jóvenes que yo, que a quienes expresan, a través del movimiento #MeToo, posiciones radicales que nunca he compartido, ni ahora ni durante los años 70. El feminismo sigue estando muy justificado en el entorno social. Por ejemplo, en cuanto a la igualdad salarial. Y también milito por esa igualdad en la libertad sexual, eso va por sentado…

P. También se les reprocha que casi todas sean blancas y burguesas. Que defiendan, al fin y al cabo, una postura elitista.

R. Sí, nos han reprochado que no tomemos el metro. En realidad, yo lo tomo varias veces al día. Cuando era más joven, alguna vez vino algún hombre a frotarse contra mí en los transportes públicos, y no por eso me morí ni me convertí en una impedida… En realidad, entre las firmantes del manifiesto hay una mezcla generacional y de orígenes. Por otra parte, las mujeres que nos atacan también son intelectuales y universitarias, igual que nosotras. Catherine Deneuve debe de tener un modo de vida algo distinto, pero las demás somos bastante parecidas a quienes nos atacan…

«La censura ya no procede de círculos conservadores, sino de mujeres que se consideran feministas»

P. ¿Considera que el famoso “derecho a importunar” que defiende el texto es más importante que el derecho a no ser importunado?

R. Es que son dos cosas que van juntas… Cuando un hombre te molesta, tienes la libertad de decirle que deje de hacerlo. Una tiene la capacidad de decir que no. Por otra parte, importunar es una palabra bastante leve. No es lo mismo que acosar, ni mucho menos. Alguien te puede importunar fumando a tu lado en un lugar público…

P. No es el mismo grado de intrusión que tocar a alguien.

R. Sé que se nos reprocha mucho esa palabra, pero que la gente abra el diccionario… Mire, se lo voy a buscar… [busca la definición en su tableta]. Importunar es sinónimo de molestar, fastidiar, incomodar, sacar de quicio…

P. ¿Pero entiende que existan mujeres que no quieran ser importunadas cuando pasean por la calle o van en metro?

R. No. Creo que hay un margen en que el comportamiento de los demás puede desplegarse sin que sea considerado un delito. A ti te puede parecer desagradable y te puedes quejar, pero no por eso es un delito… Y, como tal, no quiero que esté regulado, ni por una moral superior ni por la ley. Hay que aceptar que existen impertinentes en la vida. Esas mujeres parecen aspirar a una sociedad utópica y regulada hasta el más mínimo detalle, donde un hombre deberá tomar precauciones antes de dirigirse a una mujer. La codificación de nuestras relaciones es imposible, a no ser que nos convirtamos en robots.

P. Sostiene que ese derecho a importunar es indispensable para garantizar la libertad sexual. ¿En qué sentido?

R. En una relación entre dos individuos, siempre hay un momento borroso y ambiguo, en el que alguno de los dos no tiene muy claro lo que quiere… Cuando me ha intentado seducir un hombre, a veces he sentido una atracción que no era lo suficiente grande para ceder de inmediato. Un momento de duda… A veces terminas cediendo y otras, no. Mientras que esas mujeres dicen que un no siempre es definitivo, yo creo que hay matices. A veces, los hombres tienen una oportunidad si insisten una segunda vez…

«Si comparo mis posibilidades con las de mi madre, en una sola generación hemos ganado mucho»

P. Denuncian un regreso a la moral victoriana. De nuevo, ¿no es un poco exagerado, en una sociedad donde la sexualidad resulta omnipresente?

R. Hace tiempo que creo que, cuanta más libertad hay en el discurso y en la circulación de las imágenes, más se crispan sectores que la consideran molesta, por lo que su reacción se vuelve cada vez más violenta. Lo sorprendente es que esta voluntad de censura ya no proceda de círculos extremadamente conservadores, sino de mujeres que se consideran feministas. No sé si vio a las dos chicas que pidieron al Metropolitan de Nueva York que descolgara un cuadro de Balthus: eran dos jóvenes modernas y probablemente de izquierdas…

P. Son casos puntuales, que ya tenían lugar mucho antes del movimiento #MeToo. Pintores como Balthus o Schiele, al que también se refiere su texto, llevan décadas generando escándalos. ¿No toman la excepción como si fuera la regla?

R. Sí, pero yo creo que hay que reaccionar con rapidez, porque los efectos en la realidad pueden ser inmediatos. Fíjese en ese profesor estadounidense despedido por mostrar imágenes del siglo XVIII, probablemente algo libertinas, a sus alumnos… ¡Algunos de sus padres las habían considerado pornográficas!

P. “Lamento mucho no haber sido violada, porque así podría dar fe de que una violación también se supera”, dijo en diciembre. Su frase ha generado un escándalo inmenso. ¿Se arrepiente de haberla pronunciado?

R. No. Fue una formulación algo ligera y cómica, pero solo porque no quería enmarcarme en una excesiva gravedad. Al tener la vida sexual que he tenido, en la que he contado con muchos compañeros distintos –algunos de ellos, perfectos desconocidos–, siempre he dicho que, si me hubiera encontrado en una situación de violación, no me habría defendido. Así habría tomado menos riesgos, porque lograría neutralizar la violencia del agresor. Si la violencia de ese acto me hubiera trastornado, creo contar con la suficiente capacidad moral para superar ese hecho e intentar olvidarlo. Esa es mi respuesta personal. Hace poco leí una entrevista con una abogada que había sido violada de joven y que desaconsejaba a sus clientas denunciar e ir a juicio, porque eso solo te hace prisionera del sufrimiento. Salvo en casos donde haya consecuencias físicas graves, yo creo que la mente logra vencer al cuerpo.

«Veo aparecer un clima de inquisición, en el que cada uno vigila a su vecino»

P. ¿No cree que una violación también tiene consecuencias psicológicas?

R. Existen para algunas mujeres, pero no para todas. Hay que dejar de creer que la mujer siempre es una víctima. Puede ser víctima de ese acto en un instante, pero también puede encontrar en ella la capacidad de reaccionar…

P. Una de las firmantes del texto, la filósofa Peggy Sastre, es autora de un ensayo titulado La dominación masculina no existe. ¿Está de acuerdo con eso?

R. Existe, pero no en todas partes. En nuestra sociedad, a día de hoy y en la clase media, las mujeres cuentan con un gran poder. En la esfera doméstica, a menudo son ellas quienes imponen su voluntad dentro de la pareja, a causa de la culpabilidad de los hombres jóvenes y al hecho de trabajar y ser económicamente libres…

P. Entonces, ¿dónde persiste la dominación masculina?

R. Voy a echar balones fuera… Ha habido tantos progresos en las últimas décadas… Si comparo mis posibilidades con la vida que tuvo mi madre, en una sola generación hemos ganado mucho. Pero a las feministas les sigue interesando hacernos creer que nuestra sociedad es únicamente patriarcal. Eso no es verdad. Yo creo que también existe un matriarcado…

P. Para usted, ¿el patriarcado es cosa del pasado?

R. Digamos que está seriamente mermado.

 

 

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