De pronto (o no tan de pronto) se comienza a registrar la aparición, o mejor dicho la relevancia, de una nueva figura social que antes ocupaba un rincón oscuro de la sala. Estoy hablando de la mujer sola. La mujer sola, digamos, mayor de treinta años (parece que en China la fecha de vencimiento es de 27 años). Periodistas estadounidenses como Kate Bolick escriben libros (Solterona), cineastas españolas filman documentales, se estudia el tema de «la solterona» y la cuestión se vuelve viral.

Las ensayistas analizan los contratiempos, los estereotipos, las presiones. Incluso se analizan ficciones sobre mujeres «independientes», como Carrie Bradshaw o Bridget Jones, quienes en realidad viven pendientes de los hombres, los que desean o los que descartan.

En mi opinión, este movimiento surge en parte de un equívoco lingüístico: la palabra soledad. El término mismo viene cargado con una buena dosis de drama, alimentado por la literatura, los boleros y la mirada social. Es cierto que algunos círculos vacilan antes de invitar a una mujer sola. Y que se conjeturan argumentos de barrio: 1. La chica no se arregla lo suficiente, no hace el esfuerzo de verse atractiva. 2. La chica es demasiado selectiva, ningún hombre le resulta satisfactorio. 3. Ella es demasiado fuerte, tal vez un poco petulante, los hombres le tienen miedo. Todo este drama viene irrigado en el territorio de la palabra soledad.

El idioma inglés, en cambio, tiene dos palabras diferentes sobre el mismo hecho: loneliness y solitude. Loneliness es la clase de soledad descrita más arriba, la de la chica que busca un amor y no lo encuentra, o las amigas no la quieren: la que no es feliz con el lugar social que ocupa. Solitude, en cambio, alude a la persona que elige estar sola porque le gusta y disfruta mucho de su condición. Rara vez se la va a ver desarreglada porque es alguien que se gusta a sí misma y se viste en consecuencia. Si no la invitan a una reunión ni se entera porque no presta atención, no le interesa. Le gusta estar sola. Curiosamente, este distanciamiento la vuelve más invitable. Ahora sí, elige con mucho cuidado adónde ir y cuándo quedarse en casa.

“Ahora parece que la sociedad comienza a registrar a la mujer sola como un nuevo estamento social y la mira con interés.”

Seguramente corren rumores acerca de ella: ya no se la puede acusar de romper matrimonios, como se estilaba en otra época, o imaginar algún tipo de doble vida de carácter escabroso. Ahora parece que la sociedad comienza a registrar a la mujer sola como un nuevo estamento social y la mira con interés, pero todavía la ve como a un ser secretamente afligido. Debe haber mujeres angustiadas por la soledad, no lo dudo, pero hay otras que se sienten muy bien. Prosperan en sus vidas profesionales, salen cuando quieren, viajan si les gusta, cocinan o van a comer afuera, eventualmente tienen romances que incluso pueden ser duraderos. Una vez más el inglés entiende mejor la situación: tiene la palabra single. Que no es un destino sino una condición. A mí, por ejemplo, me gusta estar sola, y ya casi no tengo que dar explicaciones.