La labor de los padres es fundamental a la hora de asegurar que los menores tengan una experiencia creativa y enriquecedora.

Mensajería instantánea, vídeos musicales, redes sociales, videojuegos, cantidades ingentes de información (no siempre buena) y muchas oportunidades no exentas de un cierto peligro. Las nuevas tecnologías, hoy casi omnipresentes, continúan siendo un desafío para muchos padres, inseguros acerca de cómo conciliar la educación integral de sus hijos con el tiempo que estos pasan pegados a una pantalla. ¿Es en verdad tal abundancia de tecnología perjudicial para los niños? Cada vez son más los expertos que reivindican su uso como una herramienta para el aprendizaje y el desarrollo, enfatizando la necesidad de mejorar la calidad de esta exposición en vez de simplemente poner límites temporales. Se trata, en definitiva, de convertir ese tiempo en algo productivo bajo la cuidadosa guía de los padres. “A nadie se le ocurriría dejar que su hijo aprendiera a cruzar la calle a base de que lo pillen los coches, ¿verdad? Le educamos para ello”, dice María Salmerón, pediatra de la Unidad de Medicina Adolescente del hospital de La Paz, en Madrid. “Con las nuevas tecnologías es igual”.

La Asociación Pediátrica Americana ya cambió en 2016 sus recomendaciones, que antes se centraban en limitar el tiempo que los pequeños pasaban frente a una pantalla, para reflejar más fielmente el mayor grado de interactividad que se produce ahora con las casi ubicuas tabletas y los teléfonos inteligentes. Depende, entre otras cosas, del uso activo o pasivo que se haga y de la edad del menor: “Los menores de tres años no deberían de usar pantallas por el impacto que tienen sobre el desarrollo psicomotor, del lenguaje, el manejo de las emociones y la formación del vínculo de apego”, sostiene Salmerón. A partir de esa edad se pueden ir introduciendo, pero siempre bajo la supervisión de un adulto responsable que le explique lo que está viendo y establezca relaciones con el mundo exterior. “Tanto si es con la televisión como con una aplicación, es importante que tenga una finalidad educativa. Convertir al niño en un creador, más que en un consumidor; despertar en él esa necesidad innata que tienen hacia la creatividad. Hay juegos que permiten diseñar en 3D, construir ciudades, programar…” Y evitar bajo cualquier pretexto el uso de la pantalla niñera: “Se ve por todas partes. Poner, por ejemplo, una pantalla delante del niño para que coma mejor. Y eso no está bien, porque el niño ha de aprender a interactuar con los demás, con la comida y con los objetos a su alrededor”.

Para Mario Fernández, neurocientífico de la Universidad Autónoma de Madrid, “lo primero que hay que hacer es entender que la tecnología ha venido para quedarse. Si a tu hijo no le das un móvil cuando el resto de compañeros lo tienen, entonces le estás perjudicando. Lo que hay que hacer es enseñarle que esto es una herramienta, no un fin”. Y Salmerón añade: “Sería un error intentar aislar al niño de algo que le va a llegar, y que puede provocar riesgos mayores. La tecnología es algo que va a necesitar”. Los datos confirman la prontitud de este bautizo tecnológico. Según el estudio Net Children Go Mobile, de la Universidad del País Vasco (2016), los menores españoles tienen su primer móvil a los 10 años, y su primer smartphone con 12, cuando ya se han acostumbrado al uso de Internet. Dos de cada tres menores entrevistados (unos 500) navega por la web diariamente desde una habitación que no es la suya, y un 26% lo hace varias veces. Casi la mitad se conecta desde su dormitorio al menos una vez al día. Entre las principales actividades que desarrollan online están los servicios de mensajería instantánea (un 80% de los menores entre 13 y 16 años), escuchar música (un 63%), ver videoclips (60%), buscar información (56%), consultar perfiles en redes sociales (46%) y usarlo para las tareas escolares (38%). También juegan online con otros, aunque aquí la diferencia entre niños y niñas es muy marcada (38% frente a 13). Los menores entre 9 y 12 años presentan un uso mucho menor, si bien un 31% usa la mensajería, un 29% acostumbra a ver videoclips y casi un 20% lo usa como herramienta para los deberes.

¿Cómo, entonces, incorporar las nuevas tecnologías de una manera beneficiosa para la familia? En lugar de poner restricciones basadas en el tiempo, los padres deberían ayudar al menor a decidir lo que quieren hacer, adoptando un rol creativo. “Debemos demostrar una actitud positiva. Eso significa usar juntos las pantallas para conectar con otros (como videoconferencias con familiares que están lejos, o para que la abuela pueda ver el partido de fútbol de su nieto), para crear, explorar nuevas ideas, divertirse o ver vídeos en Youtube para mejorar su técnica deportiva, por ejemplo. También significa equilibrar ese uso con el tiempo que se pasa cara a cara con alguien, al aire libre, en comidas familiares, leyendo… Hay un tiempo y un lugar para todo. No tiene que ser una cosa o la otra”, afirma desde Nueva York Anya Kamenetz, periodista experta en educación y autora del libro The Art of Screen Time: How Your Family Can Balance Digital Media and Real Life. Eso, claro, implica tener rutinas familiares bien establecidas, lo que conlleva disciplina tanto para los niños como para los adultos. “Debería de haber unas horas en las que esté prohibido el uso de los dispositivos electrónicos: la hora de cenar, el tiempo para salir, hacer deporte, compartir un juego de mesa…” dice Salmerón. “Piensa en el papel que la tecnología juega hoy en tu familia. ¿Tienes que discutir para desconectar? Entonces igual habría que revisar las reglas de casa. ¿Te traes trabajo de la oficina y mandas mensajes mientras cenas? Entonces quizás debieras de reorganizar tu horario laboral”, afirma Kamenetz. “En Estados Unidos se empieza a hablar también de las consecuencias de que los padres no interactúen con los niños cuando, por ejemplo, los llevan al parque pero están todo el rato con el teléfono. El adulto ha de compartir el aprendizaje y el juego”, puntúa Salmerón.

El juego al aire libre, con otras personas (y a ser posible de diferentes edades) sigue siendo el más beneficioso para el niño “porque fomenta todo lo que el cerebro necesita: la amistad, la empatía, la colaboración, el aprender a relacionarse… Las otras modalidades de ocio, desde hacer un puzle a jugar con un videojuego, son complementarias”, dice Fernández. Tanto él como muchos educadores ven en estos un filón al que se le puede sacar un uso pedagógico, y cita varios estudios para rechazar que la violencia de algunos juegos se traslade a la vida real: “No hay diferencia cognitiva ni emocional para el cerebro entre matar marcianos en una videoconsola, leer El señor de los anillos donde se matan miles de orcos o las aventuras del capitán Alatriste, donde te rebanan el gaznate en menos que canta un gallo. A los niños les regalamos y recomendamos leer las aventuras del capitán Alatriste y no van por ahí matando herejes”. Por el contrario, los juegos tienen un efecto positivo en el desarrollo cognitivo del niño, mejorando su tiempo de respuesta, la visión periférica y la elaboración de estrategias para la consecución de objetivos. “Hay juegos online en los que tienen que colaborar con otras personas, asignar un rol a cada uno… Aunque sea online, también aprenden a relacionarse, a desarrollar empatía, capacidad de liderazgo, coordinación, etc.”

Con todo, es fundamental no olvidar que el tiempo que los menores pasan frente a las pantallas ha de ajustarse a las rutinas diarias familiares y a la conveniencia de que llegada una cierta hora, como por ejemplo la de la cena, podamos desconectar de todos esos dispositivos, “cambiar el ritmo, relajarnos, bajar la intensidad lumínica… Llega un momento en que te das cuenta de que no necesitas la tele, te vas a la cama antes, descansas, te levantas mejor y aprovechas más el día”, afirma Salmerón. Usar pantallas poco antes de dormir interfiere con el ciclo del sueño ya que retrasa la secreción de melatonina, una hormona que entre otras cosas nos ayuda a dormir, dice Fernández. “Es la hormona de la luz, que segrega el cerebro cuando se va el sol. En modo normal, las pantallas emiten luz en todas las longitudes de onda, y la luz azul, que es la más brillante, provoca que nuestro cerebro piense que aún es de día, retrasando la hora de dormir”. El filtro nocturno que ofrecen algunos modelos como el iPhone la bloquea, “pero si lo que queremos es que el niño se duerma tampoco conviene que juegue, ya que al hacerlo se estimulará y le será más difícil conciliar el sueño”.

Los expertos consultados coinciden en afirmar que el uso de las nuevas tecnologías conlleva también sus riesgos, aunque según el estudio de Go Mobile no son precisamente los niños que más tiempo pasan online los que más opciones tienen de tener problemas, ya que también eso les hace desarrollar una mayor resiliencia. “Las redes sociales son mucho más peligrosas que los videojuegos”, dice Mario Fernández. “La posibilidad de que no obtengas el reconocimiento que deseas por parte de los amigos, o un cierto número de likes… y luego hay gente que no tiene buenas intenciones. A partir de una cierta edad, tienes que estar conectado a sus redes sociales”. Para Salmerón, los riesgos empiezan cuando el niño comienza a hacer un uso autónomo de internet, especialmente si los padres no son conscientes de los contenidos a los que pueden estar expuestos. “El riesgo más frecuente es el acceso a información falsa (aunque también le sucede a los adultos) o a contenidos inapropiados que pueden encontrar en la publicidad de las páginas que visitan”. El impacto dependerá de la edad del niño o de su grado de madurez, entre otros factores. Y aunque existen filtros de control parental, “el problema es que a partir de los 10 o 12 años ellos aprenden a desactivar estos programas. Al final, lo que más importa es la educación previa que se haya hecho en casa con el niño (enseñarle a no compartir datos personales, a no hacerse fotos donde se vea información acerca de dónde viven…)”. Otro peligro es el de la conducta adictiva que pueda generar internet. “Según el último estudio europeo (de 2011), esta se sitúa en un uno por ciento, que si lo piensas no es poco. Por otro lado, no es igual el niño que usa mucho estos dispositivos dentro de una actividad normal que aquel que está aislado socialmente, que usa las nuevas tecnologías más de tres o cuatro horas diarias y que puede llegar a sufrir con su carencia un verdadero síndrome de abstinencia”.