Si el día en el que nacen nuestros hijos es para nosotros único e inolvidable, debutar como padres durante el confinamiento es algo que debiera figurar en los textos de historia.
Medio en serio y medio en broma, se ha acuñado para los bebés nacidos durante la cuarentena el nombre de cuarentenials.
Bruno, Miguel Ángel y Loto nacieron durante los meses más duros de la pandemia. Ahora cumplen sus primeros meses de vida y empiezan a explorar su entorno, se han puesto sus primeras vacunas, han realizado sus primeras revisiones pediátricas, como cualquier recién nacido.
Pero no son cualquier recién nacido. También cumplen un día más en una realidad que todavía se nos antoja de ficción, en la que las visitas siguen siendo restringidas, los abrazos limitados y los besos a cuentagotas.
Reciben todas las miradas (con las que se adora a los bebés), pero se están perdiendo las sonrisas, muecas, gestos e incluso parte de la voz de sus embobados espectadores, que se esconden detrás de esa tela que nos cubre la mitad de la cara todo el tiempo. Es ahora cuando sus padres, después de la tormenta, pueden sentarse a hablar.
En esos momentos, aún parecía improbable que la enfermedad se traspasara de madre a bebé, pero hace pocos días un grupo de obstetras parisinos ha detectado ya el primer caso de transmisión vertical, a través de la placenta, lo que cambia el panorama.
Para rescatar un lado amable de la situación, los padres han tenido la posibilidad de una dedicación al 100% a sus hijos, 24 horas al día, los 7 días de la semana. “Estar recogidos, tranquilos, sin agobios, restringir las visitas y dedicar ese tiempo y espacio a la llegada del nuevo bebé, es lo primero que aconsejamos desde la psicología perinatal, en condiciones normales”, dice Jesica. “Pero ese espacio es bueno si es voluntario, no obligado”, sostiene.