Para algunas es parte de todos los días, sin embargo, el constante sometimiento a regímenes alimenticios es un trastorno que ya tiene nombre. Al igual que otras afecciones ligadas a la alimentación, no se puede tratar sin ayuda profesional.
Aunque la mayoría lo viva como una normalidad, este tipo de comportamiento es un trastorno alimenticio poco conocido, pero muy frecuente que se llama permarexia y que afecta a un gran porcentaje de la población.
«De estos trastornos de la conducta alimentaria no especificados no se habla porque no son tan graves o detectables como pueden ser la bulimia y la anorexia, pero son los más comunes y afectan a un mayor número de personas», explica la Dra. María Teresa Calabrese, endocrinóloga, psiquiatra, psicoanalista y especialista en trastornos de la conducta alimentaria.
Según la especialista, los dietantes crónicos, así como también los que viven obsesionados con la comida sana (un trastorno conocido como ortorexia) y los obsesivos del cuerpo perfecto que no pueden parar de hacer deporte (vigorexia) demuestran déficit de la identidad.
La permarexia se asocia a sentimientos negativos como la ansiedad, preocupación y tristeza y no sólo preocupa a nivel emocional
«Si el problema real fueran los kilos de más, se adelgaza y ya está. Pero en ese caso el dietante perdería su objetivo, para este tipo de personas la dieta termina siendo una medida de su identidad: se identifica con el momento de dieta, por eso no pueden salir de ahí», asevera la psiquiatra.
Como cualquier otro trastorno alimenticio, la permarexia se asocia a sentimientos negativos como la ansiedad, preocupación y tristeza, pero este encierro en el régimen no sólo preocupa a nivel emocional. También desde lo físico puede ser muy peligroso, ya que algunas dietas pueden poner en riesgo la salud y producir cambios que afecten el metabolismo.
LA COCINA DIET. La dieta no empieza por el plato, sino por la cocina, así como los hábitos alimenticios no surgen de la nada, sino que se adquieren en el seno familiar.
Anita Korman (35), productora, asegura que hizo dieta desde que nació: «mi mamá es muy flaca, así que no tiene problemas y le encanta que la comida abunde. Somos muchos hermanos y las reuniones siempre giraron en torno a la mesa. Yo no heredé el metabolismo de mi mamá, así que viví toda la vida tratando de comer más frutas y verduras, obsesionada con mi cuerpo, haciendo privaciones y comiendo con culpa».
«Vengo de una familia donde las emociones se comen», comenta Rocío Teijeiro (38), licenciada en administración y dietante crónica desde la adolescencia: «me desarrollé muy chiquita, tenía mucho busto y cola y desde ahí, el pediatra me hacía anotar lo que comía».
«Cuando uno empieza a investigar el síntoma se da cuenta de que viene de mucho tiempo atrás. El primer disparador suele acontecer en la adolescencia, aunque muchas veces puede pasar desapercibido porque el medio familiar no lo nota si no es un cuadro como la bulimia o la anorexia», explica Calabrese y asegura que ese momento es clave para forjar la autoestima: «si en ese instante no se trabajan las inseguridades en el contexto familiar y social, la identidad estará perdida y sólo se sentirá seguridad en el marco de una dieta».
Según describe la doctora, quienes padecen permarexia suelen ser personas inseguras, que sienten fobia a engordar –por eso están constantemente en busca de nuevas dietas que, imaginan, resolverán su problema– y tienen una distorsión de la imagen corporal. «En general se ven más gordas de lo que son, por eso, aunque bajen de peso seguirán viviendo a dieta».
«Me ha pasado de comprar ropa tres talles más grande», cuenta Pao Dessaner (50), maquilladora, y agrega: «ya no me siento a disgusto conmigo (N. de la R.: vivió más de 30 años a dieta, acaba de bajar más de 50 kilos y quiere bajar 10 más), pero la cabeza no te cambia tan rápido: siempre seguís pensando que sos gorda».